Aniversario de la abdicación real Aniversario de la abdicación real

Crónica de una Abdicación

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Tras 39 años en el trono, una sucesión de polémicos incidentes y la evidente necesidad de renovación, Juan Carlos I se veía abocado a ceder la jefatura de Estado a su hijo, el príncipe de Asturias.

Un día histórico

02//06//2014

Juan Carlos I Felipe VI

El histórico momento llegaba sobre las 13:30h del 2 de junio: tras el previo anuncio por parte de Mariano Rajoy, Juan Carlos I se dirigía al pueblo español para comunicar lo inevitable: su adiós al trono.

Las tres
abdicaciones del Rey

J.A. Zarzalejos

La verdadera abdicación del Rey se produjo la mañana del día 18 de abril de 2012. “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Esas fueron las palabras de Don Juan Carlos cuando salió del hospital UPS San José de Madrid después de serle implantada una prótesis en la cadera derecha, que se le quebró el 14 de abril en un lugar de Botsuana a donde se había desplazado privadamente a cazar elefantes y, al parecer, sin conocimiento oficial del Gobierno.

La Reina estaba en una localidad próxima a Atenas para celebrar la Pascua ortodoxa con su familia y se negó a volar a Madrid hasta el día 16. Durante su hospitalización, el Rey –que había infringido las mínimas normas de prudencia y discreción– fue sometido a un “baño de realidad”. De tal calibre que, por persuasión de sus asesores y por su propia voluntad, se disculpó.

Lo hizo de la manera más inadecuada. Con una expresión huidiza y achiquillada, con una escenificación casi sórdida –en el pasillo de un hospital–, con unas palabras entrecortadas, breves, sin una explicación, sólo con un lamento. Don Juan Carlos debió pedir perdón, pero ni con esas palabras, ni de ese modo, ni en ese lugar. Al hacerlo perdió la distancia de seguridad que todo monarca ha de mantener y comenzó así el proceso de renuncia a la Corona de España que se consumaría el 2 de junio de 2014.

No fue un proceso con grandeza política ni institucional. Don Juan Carlos vivía personal y políticamente desestabilizado desde tiempo atrás. La ruptura de su matrimonio por sus escarceos extraconyugales (públicos y, además, notorios), la crisis de la familia por el comportamiento de su hija la Infanta Cristina y su yerno Iñaki Urdangarín, la decepción del divorcio de su hija la Infanta Elena y las frías y tensas relaciones con su nuera, la ahora Reina Letizia, y por derivación con su hijo, Felipe VI, se conjuraron para que el monarca, afectado por achaques de salud y sobrepasado por la dinámica de la sociedad española que atravesaba por un crisis económica brutal, perdiese pie y se deslizase por una deriva incorregible.

La Corona había entrado en barrena inmediatamente después de la aventura cinegética en Botsuana y a partir de su petición de perdón la abdicación, como solución comenzó a representar la única opción para rescatar a la Jefatura del Estado de la depresión popular y política en la que se encontraba. Los suspensos al Rey y a la Institución en las encuestas del CIS, los abucheos a la familia real y la sensación generalizada de que Don Juan Carlos era incapaz de superar sus propias equivocaciones crearon las condiciones políticas adecuadas para una inmediata abdicación a la que el jefe del Estado, no obstante, parecía resistirse.

En enero de 2014, con motivo de la celebración de la Pascua militar, el Rey volvió a abdicar. Incapaz de leer con una mínima coherencia el discurso ante los mandos militares, el Gobierno, el cuerpo diplomático y los más altos representantes de las instituciones del Estado, Don Juan Carlos dejó consternada a la opinión pública española que contempló perpleja el desmoronamiento del monarca en un acto solemnísimo. En el que se consumó la segunda abdicación de hecho, tras la del 18 de abril del año anterior.

Don Juan Carlos, a partir de un momento vital de carácter personal difícil de señalar a fecha fija en el calendario, había iniciado un proceso de desregulación de su disciplina institucional. Se había convertido en una personalidad impermeable a consejos y cautelas, su carisma se apagaba, la Transición quedaba lejos y sus méritos figuraban en la historia y su presente, arañada su reputación por sus propios actos y por los de su hija menor y su marido, naufragaba. Su propio desplome anímico y físico en la Pascua militar de 2014 le desarmó y, después de muchos meses –todo el 2013– de cavilaciones y dudas, tomó la decisión que le aconsejaban: ceder la Corona de España su hijo y hacer mutis por el foro.

Nunca estuvo en los planes del Rey abdicar; tampoco en la tradición de la dinastía española que lo hiciera; ni siquiera se planteó cuando, ya en los primeros años del siglo, la familia real se desestructuró definitivamente, ni cuando fracasó su matrimonio. El proceso de abdicación se desató cuando el propio Rey dejó de comportarse –Botsuana fue el epítome de su irresponsabilidad– como era necesario que lo hiciera para continuar al frente del Estado. Cierto es que la salud no le acompañó sino que jugó desde 2012 siempre en su contra. Pero llegó un momento en que la cuestión se planteaba en términos dramáticos: o él o la Corona.

Y el 2 de junio –después de aplazamientos, consultas, despachos, reflexiones, conversaciones con unos y con otros– abdicó. Fue su tercera y definitiva abdicación, aunque cuando la anunció, primero Rajoy a las 10:30 de la mañana y luego el propio Rey a mediodía, estaba ya amortizada.

Don Juan Carlos, quizás a regañadientes y sin él, quizás, saberlo, estaba haciendo a España un enorme favor y salvando la Corona de la crisis institucional. Su abdicación fue – ha sido– el acto más renovador, más regeneracionista de todos los que se han producido en el sistema político español en los últimos años. Inició –insisto: sin saberlo– una senda por la que, con mayor o menor renuencia, han de transitar otras instituciones del Estado y sus titulares.

La abdicación del Rey fue tardía y le faltó la épica y la estética de los grandes actos de Estado. Pero fue útil y cuando transcurra el tiempo necesario –una vez su hijo, Felipe VI se consolide como camino lleva de ello– podrán percibirse con mayor justicia, claridad y sosiego los méritos de un Rey carismático, que quiso y ayudó decisivamente a la democracia en España, a la que representó con una empatía extraordinaria. Sus últimos años –de pura deambulación institucional– no pueden opacar un reinado sin el que España no hubiera accedido en paz a la libertad y la democracia.

Si Don Juan Carlos no hubiese abdicado, el desastre político sería ahora seguro. La actual legislatura, con mayoría absoluta del PP y el apoyo a la renuncia del PSOE, eran los dos datos parlamentarios imprescindibles para abordar con éxito, primero, una ley orgánica de abdicación y, después, un aforamiento que, aunque el grupo socialista no secundó, fue avalado por la mayoría absoluta del PP. En la próxima legislatura, la sucesión en vida del rey Don Juan Carlos hubiese sido un auténtico desafío en un parlamento fragmentado y enfrentado por la forma de Estado.

Curiosamente ni un solo medio de comunicación –habría que excepcionar a El Confidencial– ni vio venir la abdicación del Rey ni la impulsó como hubiese sido necesario para el país. Se impuso la contundencia de unos hechos –la trayectoria última de don Juan Carlos– a las cortesanías, las nostalgias, los carismas y los aplazamientos. Desde la primera abdicación de hecho del Rey en 2012 a la formal y definitiva del 2 de junio de 2014, el sistema político español vivió peligrosamente. La renuncia del Rey evitó un riesgo adicional en una situación delicadísima de la que aún no hemos salido.

*El relato completo de la abdicación del Rey se refleja en el capítulo segundo de “Mañana será tarde” (del autor. Editorial Planeta)