ALMA LETAL
Primavera de 1977. El Ejército español intenta desarrollar un arma de vanguardia. El plan: liderar el mercado mundial de fusiles de asalto. Se destinan recursos, se diseña una fábrica en Burgos y se realizan pruebas al norte de Madrid. A los pocos meses el proyecto se cancela. O eso parece. Durante los años 70 y 80 los planos viajan a Filipinas, Sudáfrica, Francia, Irán e Irak, donde Saddam nombra a su creador Teniente Coronel. Pero el arma nunca ve la luz. Su rastro se pierde entre cajones cerrados y carpetas con el sello "secreto" planchado en la solapa.
Por Juan Soto Ivars y Pedro García Campos
Investigación & redacción: Juan Soto Ivars y
Pedro García Campos
Programación y desarrollo web: Miguel Fermín
Banda Sonora Original: Nus Cuevas
Traducción y edición (versión inglesa):
Paul-Simon Geddis
Fotografía y edición gráfica: Camilo Conte
Creado por: Acuerdo
* La versión española de ALMA LETAL ha sido elaborada por Acuerdo
y publicada en asociación con El Confidencial.
* Agradecimientos al Gran Hotel Vita Almería.
© Acuerdo septiembre 2014
1. El español que lanzó
un ratón al espacio
Tenemos a un señor recio y menudo, de sesenta y cinco años, que luce un bigote blanco y una camisa de cuadros bien planchada. Habla con un acento almeriense desierto, rasposo, y sostiene una bala extraña en lo que le queda de la mano izquierda: apenas el meñique y un trozo de pulgar. A simple vista, ¿alguien diría que este hombre desarrolló el programa espacial español? ¿Sabe el lector que Franco intentó desarrollar un programa espacial?
Hay muchas carpetas cerradas en la historia de España. Unas se esconden en lo profundo de ficheros blindados, con la palabra "secreto" plantada en la tapa: las han ocultado a la opinión pública intereses que siempre vienen de un despacho de los de arriba y guardan celosamente secretos de estado, operaciones conflictivas o desarrollos de armamento militar. Pero hay otras carpetas que, sencillamente, fueron engullidas por la burocracia y el desinterés y esperan a que alguien las encuentre para desvelar sus secretos. El nombre del almeriense que sostiene la bala en el muñón de la mano aparece en los dos tipos de carpetas. Es el ingeniero e inventor que desarrolló el modesto programa espacial español, poco más que una curiosidad histórica, pero más adelante se iba a convertir en sujeto de interés para la CIA y el CNI. Vivió secuestrado seis meses en un laboratorio de Teherán (Irán) donde le obligaban a trabajar a punta de pistola, como le ocurriera al doctor White en Breaking Bad. Perfeccionó los cohetes Scud de Saddam Hussein que llovieron sobre Israel a principios de los noventa. E inventaría, ya jubilado, una planta que convierte la basura en energía limpia.
En Almería le llaman Pepe el del cohete. Su nombre real es José Luis Torres Cuadra y desvela, tras décadas de secretismo, uno de sus proyectos más controvertidos: Omega 2000, un arma que hubiera puesto a la España postfranquista a la cabeza de la tecnología de fusiles de asalto. “Sigue siendo el fusil más potente que jamás se ha construido”, nos cuenta el inventor, que nos recibe en una habitación de un hotel de Almería mientras pasa a explicarnos de qué se compone la bala que tiene en su mano mutilada.
Pero antes de nada, ¿quién es este hombre? Acudimos a la hemeroteca y brota la primera referencia, del año 1963: “Un estudiante del Colegio la Salle crea el Comité Juvenil de Investigación Espacial” y empieza a lanzar cohetes espaciales con sus amigos mientras otros ponen petardos en botes. Tres años después, en 1966, “los Siete Magníficos”, como bautiza al comité el diario Pueblo, irían a por su lanzamiento más ambicioso. Era la edad de oro de la carrera espacial y este tipo de noticias atravesaba la coraza franquista llegando hasta el NODO y los boletines de Radio España. Millones de personas contenían la respiración esperando una lluvia de misiles nucleares y al mismo tiempo vivían pegadas a la televisión para admirar las proezas de la carrera espacial. En esta era de proyectiles, José Luis Torres había montado una lanzadera en Punta Escullos y construido un cohete espacial de gran envergadura: la portada de ABC anuncia para finales de 1966 el lanzamiento del España I, “vehículo de propulsión diseñado para desafiar a la gravedad terrestre” y poner a 70 kilómetros de altura al pequeño ratón Adolfo, llamado a ser el primer roedor español en alcanzar la estratosfera.
A raíz de aquello, José Luis Torres Cuadra y sus compañeros recibieron el premio Dulcinea, de cien mil pesetas, y lograron codearse con ministros franquistas como Nieto Antúnez o Solís Ruiz. Incluso consiguieron la ayuda de un barco radar norteamericano para recoger las carcasas de los cohetes que caían al Golfo de Almería. Solo tenía 17 años y representó a España en el Congreso Internacional de Aeronáutica, y por esos días empezó a cartearse con el barón Von Braun, inventor de los temibles cohetes alemanes V2 que llovieron sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial rompiendo con siglos de defensa geográfica británica y sentando las bases de la carrera espacial del siglo XX.
Digeridos los primeros momentos de euforia tras el Premio Dulcinea, las recepciones, los halagos y ya de vuelta a Almería, el ejército español les cedió un cuartel semiabandonado y allí montaron todo lo necesario para el ensamblaje del España I. Mientras tanto se construyeron y lanzaron pequeños cohetes de prueba “para poner a punto los diferentes sistemas de guía y el sistema principal de apoyo de vida” de Adolfo, el roedor que sería el primer astronauta español antes de Pedro Duque.
Por aquel entonces, en Arenosillo, la base oficial del ejército, se hacían pruebas con cohetes sonda comprados a los EEUU. Cuenta Torres Cuadra que un día llevaron público, “señoras de oficiales y demás”, y les pusieron “unas tribunas para presenciar el lanzamiento de un cohete Judi-Dart, pero por alguna razón este salió mal y fue a caer en la tribuna de espectadores”. Los periodistas presentes, “que eran amigos nuestros, empezaron a mofarse diciendo que en la base de Punta Escullos había más seguridad. Esto en el gobierno cayó muy mal y por lo tanto, se tomó en el Ministerio del Aire la decisión de precintar las instalaciones de Punta Escullos”. A pesar de haber recibido el apoyo del Ministro de Marina Nieto Antúnez, el teniente general Muñoz Grandes y el director de la Guardia Civil, el día 31 de Diciembre de 1968 a las 17.00 horas los jóvenes vieron cómo el ejército precintaba las instalaciones. Torres Cuadra estaba presente: “Yo mismo me encargué de incinerar la documentación de montaje. Luego cada uno volvió a sus estudios y yo me prometí no volver a hacer más cohetes para investigación. Mejor hacerlos para la guerra. Y me dio resultado”.
La vida de este ingeniero almeriense iba a estar marcada el constante desafío a las leyes de Newton y al infortunio de tener grandes planes pero ir siempre por libre... o con malas compañías. Muchos proyectos saldrían mal pero sus éxitos -buena parte en el ámbito militar- le permitirían vivir como un maharajá y arruinarse después como un dandy. Porque José Luis Torres Cuadra, este hombre humilde que hoy vive en su Almería natal, llegó a comprarse un avión privado Falcon “para ir a tomar unos whiskies a París, Londres y Roma” después de haber hecho fortuna como ingeniero militar en la Filipinas del General Marcos.
El inventor que desarrolló el modesto programa espacial español se iba a convertir en sujeto de interés para la CIA y el CNI
En la era del espacio, José Luis Torres Cuadra montó una lanzadera en Cabo de Gata y construyó un cohete: el España I
“Me prometí no volver a hacer más cohetes para investigación. Mejor hacerlos para la guerra. Y me dio resultado”
2. Un cerebro de armas tomar
Dice Torres Cuadra que se metió al negocio del armamento porque nadie le daba un duro por sus inventos de paz, pero no hay que tomarlo al pie de la letra. Tras el despegue del España I (minuto de silencio por el ratón Adolfo) se fue a estudiar ingeniería a Madrid mientras seguía enredando, en privado, con sus inventos. En 1973 creó una máquina capaz de predecir terremotos: Prometeo. Intentó venderla a varios países pero consideraron que era “una tecnología demasiado avanzada para la época”, cosa que se demostró cierta en el siglo XXI: los actuales equipos de prevención de seísmos se basan en ideas similares a su aparato de los setenta. “Habría salvado vidas si lo hubieran comprado antes”, reflexiona su creador entre el lamento y la vanidad. Mientras acudía a clase en la Politécnica creó un turboquemador para motores que combatía la contaminación atmosférica y que recibiría un premio de la Universidad de Malibú. Gracias a ese ingenio, empresas como American Motors o Chrysler enviaron cartas mostrando interés en desarrollar varios prototipos. Pero él tenía otros planes.
España caminaba hacia los últimos años de Franquismo y Torres Cuadra trabajaba a caballo “entre Venezuela, México, Estados Unidos” y su país. No sabe precisar dónde empezó a plantear el diseño del Omega 2000, el arma secreta cuyo desarrollo le obsesionaría durante más de 15 años, pero sí recuerda, “como si fuese ayer”, que junto con Mariano Navarro-Rubio, hijo del ministro de Hacienda y presidente del Banco de España franquista, intentó vender el proyecto “a los militares españoles”. También que probó suerte “en Irán, Irak y Filipinas”, donde encontró a la fortuna por un camino inesperado.
El periplo por la antigua colonia iba a convertirse en la época más feliz de su vida. De entrada, los hombres del dictador Ferdinand Marcos, cuyo sueño era que Filipinas gobernase militarmente Oceanía, lo nombraron oficial del ejército, requisito necesario para producir armamento en el país. Transitó por escenarios de guerra abierta, participó en interrogatorios a los insurgentes de las guerrillas y contempló los horrores del combate con los ojos extasiados de un joven aventurero. Aunque le llevó al país la posibilidad de desarrollar su arma secreta, acabó “construyendo 400 tanquetas de aluminio para el ejército” del dictador y comiendo “los riñones de los prisioneros, como hacían los filipinos, que pensaban que ahí residía la fuerza del guerrero”. Hizo tanto dinero que estuvo a punto de morirse de vicio.
Ahora recuerda aquel tiempo como una diversión constante y un continuo desafío científico. “Hacíamos tanquetas como churros... y me forré”. Conserva fotos con un sinfín de mujeres, siempre en restaurantes finos, copa en mano. Una mano que por aquel entonces aún estaba entera. Entre tanta sílfide, el joven Torres Cuadra parece el protagonista de una película del destape: bajito, bigotudo, moreno, un poco contento y triunfador: “A Imelda Marcos [esposa del dictador] la veía un día sí y otro también en el palacio de Malacañán. Estaba como esta mesa y encima teníamos que aguantar sus gorgoritos, porque cantaba”, dice mientras señala nuestra grabadora, que apenas se mantiene firme sobre centenares de carpetas, fotos, planos, cartas, billetes de avión, pasaportes...
En Manila ganó la friolera de “850 millones de pesetas [5,1 millones de euros]” durante los locos años filipinos, de finales de los setenta a principios de los ochenta. Regresó porque tenía un pie aquí y el otro... “en el otro barrio… ¡del vicio!”, aclara. Tras dejar el hospital donde se recuperó de sus “juergas”, se gastó su fortuna en un jet Falcon y volvió a España “vacilando”. Ahora conocía los límites de su cuerpo. Buscó tierras menos dadas al desfase. Recibió de parte de dos socios una invitación interesante: dirigir un laboratorio moderno de armamento en Irán, donde Jomeini había declarado la revolución islámica. La idea le pareció adecuada para esta etapa de descanso y desintoxicación que se había propuesto, y también sonaba muy lucrativa. Y allá que se fue, sin saber que la decisión iba a estar a punto de costarle la vida.
Dice Torres Cuadra que se metió en las armas porque nadie le daba un duro por sus inventos de paz, pero no hay que tomarlo al pie de la letra...
A finales de los setenta se marchó a la Filipinas de Marcos. “Hacíamos tanquetas como churros y me forré”.
“A Imelda Marcos la veía todos los días. Estaba como esta mesa y encima teníamos que aguantar sus gorgoritos, porque cantaba”
3. Terror en Teherán
En 1983 el diario almeriense La Crónica reproduce las declaraciones de Torres Cuadra, que ha vuelto de Irán para arreglar ciertos “asuntos personales” y se volverá a marchar en breve. Se deshace en elogios hacia los ayatollah, afirma que los países europeos “deben salvaguardar la independencia de Irán” y cuenta que trabaja en la creación de “una planta depuradora de aguas”. Todo mentira o ingenuidad, o mezcla de las dos. A Irán se ha ido para hacer misiles y está a punto de vivir el momento más peligroso de su vida. Paradójicamente, la información más veraz de esta página de periódico aparece en un pequeño anuncio de la ONG Ayuda en Acción: “En nuestra mano está el decidir algo tan tremendo como una vida humana”. Mano. Tremendo. Vida humana. Quédense con esto.
Antes de aquella entrevista Torres Cuadra había pasado un par de meses en Irán. No vivió mal, a juzgar por la serie de fotos que conserva: picnics en el campo y cafés y bromas en la terraza de la suite de su hotel; allí le vemos vestido de militar, pecho al aire, con una AK47 o una pistola en la sien, una especie de presagio. A las pocas semanas de estancia en Teherán descubrió que el laboratorio que le habían preparado no estaba a la altura: “Se había quedado obsoleto, por no decir que era una mierda, y ni siquiera me pusieron un intérprete para hablar con los colegas ingenieros iraníes. Encima no me dejaban comer cerdo ni tomar whisky”. Pero lo que en un primer momento parecía un problema logístico se iba a convertir en un auténtico calvario. Volvió a Madrid para desarrollar los componentes más complejos de los cohetes y fue entonces cuando dio la entrevista en el diario La Crónica. No sabía que la Revolución Islámica había decidido que el científico español recién llegado a su programa militar era un espía. Alertados, los dos socios, cuyos nombres no quiere revelar -“no quiero joder más”- se marcharon a Teherán, en teoría para negociar nuevas condiciones de trabajo allí. Torres Cuadra sospecha que lo vendieron a los ayatollah. Y cambia de golpe el tono de voz. Empieza a sumergirse en su pesadilla. Su peor pesadilla: “Un comando de mercenarios a sueldo desembarcó en Madrid y asaltó mi laboratorio”, resume. Robaron planos, informes y todo el material que encontraron. Y justo después, el ingeniero recibió una llamada: si no volvía a Irán, pasarían a su familia y a sus socios “a cuchillo”.
La persona que había tenido tan buenas palabras para el régimen de Jomeini ahora regresaba a Irán atemorizada. Iba directo a una trampa: terminaría trabajando encerrado en el laboratorio con la sombra permanente de un guardia armado y no le permitirían abandonar el país si no terminaba su encargo. Pero ¿cómo llevarlo a cabo? “El acero para las carcasas de los misiles se pedía a Alemania pero llegaba oxidado, como chatarra”. Hacía peticiones constantes. Al principio eran constructivas: mejor alimentación, más espacio para trabajar y “que dejasen de apuntarle con los fusiles”, tal y como reflejan las cartas que escribió a sus superiores. A cambio, recibía amenazas. La tensión iba en aumento y explotó, literalmente, la mañana del 15 de diciembre de 1983. Torres Cuadra echó mano del termómetro de su laboratorio. Marcaba un grado centígrado.
-Así no puedo trabajar. Hace demasiado frío para estos componentes.
El guardián señaló una mezcla de explosivos y le apuntó con el fusil:
-Trabaja.
Bajo amenaza de muerte, acercó su mano izquierda a la mezcla que le habían puesto delante y trató de alejar el resto del cuerpo. Un instante después había perdido los dedos e iba camino del hospital.
Los meses posteriores son la agonía de un científico herido y secuestrado. “Hoy no puedo ni comer, me duele la mano”, leemos en sus diarios, que son una sucesión de esperanzas y desvelos, de quejas silenciosas e ira contenida. Pensando que la muerte era la única salida, se sacó el pene ante sus guardianes y les meó en los pies. “Lo hice para que me mataran”. Pero no funcionó: “Me molieron a hostias y me mandaron de vuelta para el laboratorio”, nos cuenta. Quería que lo aniquilasen o lo echasen del país, así que, además de cantidades desorbitadas de dinero en cuentas suizas, envió a sus captores exigencias ligeramente contrarias a la moral islámica: “100 cajetillas de cigarrillos Rothman, 60 cajas de cerveza, seis botellas de whisky....”. Solo obtenía palizas. “Con el alcohol etílico que usaba para los cohetes me hacía el carajillo”, recuerda dejando entrever un gesto de orgullo.
En 1984 Interviú publicaba el relato del secuestro con final feliz. Torres Cuadra había logrado escapar del país con una treta fantasiosa: hizo creer a las autoridades que el ejército español arrasaría Irán si no lo soltaban. El embajador español, Javier Oyarzun, desmintió la amenaza pero logró el salvoconducto para liberar a su compatriota. En el reportaje Torres Cuadra se declaraba “enemigo eterno” de los ayatollah, que acabaron dictando una fatua contra él. Pero en esta amenaza letal anidaba su siguiente aventura. La noticia llegó al adversario número uno de Irán, Saddam Hussein, que le propuso irse con él.
Contó a la prensa que se iba a fabricar una depuradora de aguas a Irán. Todo mentira. Su trabajo eran los misiles
Jomeini ordenó su secuestro: “Creían que era un espía”. Durante el rapto, el inventor “meaba a los guardias” para que lo matasen
“El laboratorio estaba obsoleto, por no decir que era una mierda, y encima no me dejaban comer cerdo ni beber whisky”
4. La mano derecha de Saddam
se pasa al ecologismo
Decidí irme a Irak para darles por culo a los iraníes”, nos dice Torres Cuadra mientras abre la carpeta de sus tribulaciones en Bagdad. Vaya si lo consiguió. En 1984 la República de Irak vivía uno de sus momentos de mayor esplendor, con Saddam Hussein en constante política de cal y de arena hacia la comunidad internacional. Torres Cuadra se instaló en el hotel más lujoso de la capital, el Ishtar Sheraton, y empezó a trabajar en la modernización de los misiles rusos Scud, esta vez con excelentes materiales y trabajadores que no solo hablasen parsi.
A los Scud, protagonistas de la Primera Guerra del Golfo, les hizo un tunning, aumentando la capacidad de vuelo “con una mezcla de combustibles diferente a la original”. Pero también construyó tres cohetes Al Hussein que con un alcance de 2.800 kilómetros podían caer sobre Roma o Viena. Solo lanzaron uno, y Torres Cuadra asegura que los otros dos se mantuvieron escondidos aun después de la Segunda Guerra del Golfo, ya en pleno siglo XXI. ¿Serán esas las armas de destrucción masiva que buscaba George Bush?
Su éxito en tierras de Saddam fue enorme. Lo nombraron Teniente Coronel Honorífico del ejército iraquí y llegó a conocer en persona al dictador: “El mejor hombre al que le he dado la mano en mi vida, tenía una mirada que te cagabas en los pantalones”. Aún conserva un ejemplar de su biografía oficial dedicado con estas palabras en español: Para mi amigo ingeniero José le regalo este libro para que se conoce [sic] mi biografía del presidente Saddam Hussian y lo que representa para su país y su nación arabic.
Pero los años no solo pasan, los años pesan. A su regreso a España, Torres Cuadra hizo los últimos intentos de vender su fusil de asalto Omega 2000, pero finalmente desistió. El guerrero había enterrado el hacha y se concentró en los proyectos ecologistas de sus inicios. En 1990 construyó en el municipio asturiano de Pola de Siero una máquina enorme. Los talleres de automóviles no sabían qué hacer con todo el aceite quemado que retiraban de los vehículos: es una sustancia contaminante, irrecuperable y de imposible reciclaje. Torres Cuadra decidió que se podía convertir en energía y convenció al alcalde para que le permitiera instalar una planta prototipo capaz de conseguir esta transformación, lo cual hacía sin expulsar humo a la atmósfera.
Más adelante, tras la catástrofe del Prestige, inventó “en una tarde” una máquina para limpiar chapapote que se construyó y se probó con éxito en un pueblo de A Coruña. El artilugio patentado por Torres Cuadra disparaba arena sobre el fuel pegado a la roca y aspiraba la mezcla resultante. Pese a que limpiaron parte del paseo marítimo de Caión, los contratos, según denuncia, se los llevaron grandes empresas.
Y ahora... ahora Torres Cuadra es un jubilado. Aunque solo oficialmente. Su último invento es una planta de procesamiento de residuos que convierte la basura en energía eléctrica limpia y que ha intentado vender a Gibraltar ante la falta de interés de empresas españolas. Pero aunque ya no se dedica al negocio de la guerra, una especie de detonación de luz aparece en sus ojos cuando abre una nueva carpeta con su mano mutilada, despliega una gran hoja de papel con los planos de su arma secreta y empieza a explicar lo que hasta ayer era su mayor secreto: “Habíamos hecho pruebas de proyectiles contra planchas de acero, pero no habíamos disparado a ningún ser vivo. Así que...”.
A los misiles Scud, protagonistas durante la I Guerra del Golfo, les hizo un tunning aumentando la capacidad de vuelo
“Saddam [Hussein] es el mejor hombre al que le he dado la mano en mi vida, tenía una mirada que te cagabas en los pantalones”
Aunque ya no se dedica al negocio de la guerra, en sus ojos aparece una detonación de luz cuando despliega los planos de su arma secreta